Los cambios en la geopolítica mundial están ocurriendo a un ritmo vertiginoso. Este reacomodo global está marcado por el acelerado declive de la hegemonía norteamericana, impulsado no tanto por ataques externos, sino por errores internos. Las repetidas sanciones económicas a países como Irán, Venezuela y Rusia han resultado en un efecto bumerán para Estados Unidos, ya que los países afectados han encontrado formas de sortear estas restricciones y, al hacerlo, han comenzado a alejarse del dólar como moneda de intercambio internacional. Esto ha debilitado aún más la influencia global de EE.UU.
Un error estratégico significativo para Occidente ha sido la subestimación de Rusia en el conflicto de Ucrania. El intento de debilitar a Moscú, en parte para afectar a su aliado, China, ha tenido el efecto contrario. Lejos de ser debilitada, la alianza entre Rusia y China se ha fortalecido, con ambos países firmando acuerdos bilaterales que refuerzan su cooperación. La guerra en Ucrania ha expuesto la fragilidad de los planes de Occidente, que buscaban no solo derrotar a Rusia, sino fragmentarla en varios estados, replicando el destino de la antigua Yugoslavia. Este fracaso ha complicado aún más las relaciones con China, que en las últimas dos décadas ha crecido hasta disputarle a EE.UU. la supremacía económica global.
Además, el fortalecimiento de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ha añadido otra dimensión al declive de la hegemonía norteamericana. Los BRICS, al promover el uso de monedas locales en sus transacciones comerciales, están contribuyendo al surgimiento de un nuevo orden multipolar. Esto ha acelerado el abandono del dólar como moneda de referencia, erosionando aún más el poder económico de Estados Unidos.
En medio de este complejo tablero geopolítico, el reciente ataque de Hamas en Israel ha añadido otra capa de inestabilidad. La respuesta de Israel, apoyada incondicionalmente por Estados Unidos, ha sido brutal y desproporcionada, generando una crisis humanitaria en Gaza que ha sido ignorada por muchos países. La incapacidad de Israel para derrotar a Hamas podría arrastrar a toda la región a un conflicto más amplio, con Irán como posible catalizador. Un enfrentamiento regional tendría consecuencias desastrosas para todos los involucrados, y plantea la pregunta: ¿Quién realmente se beneficia de un conflicto en Medio Oriente en este momento?
En Latinoamérica, el impacto de este reacomodo geopolítico global es palpable. La región sigue siendo un terreno en disputa entre Estados Unidos y China, que ha incrementado su influencia a través de inversiones significativas. Sin embargo, a pesar de ser la región más violenta y económicamente desigual del mundo, América Latina carece de una identidad y voz propia en la escena internacional. Iniciativas como el Mercosur y la CELAC no han logrado despegar, en parte porque una Latinoamérica unida no conviene geopolíticamente a Estados Unidos ni a la Unión Europea. En lugar de ser una fuerza cohesiva, la región sigue siendo vista como un proveedor de materias primas, atrapada en un sueño del que parece incapaz de despertar.
Mientras el mundo se reconfigura, América Latina continúa en una especie de letargo geopolítico, sin una estrategia clara para enfrentar los desafíos y oportunidades que presenta este nuevo orden mundial. ¿Será posible que la región encuentre finalmente su camino hacia la unidad y la prosperidad, o seguirá siendo un peón en el juego de las grandes potencias?
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